lunes, 28 de octubre de 2013

A cara o creu


Darrera uns matolls, en Bernat no gosava aixecar el seu fusell. Tremolava mentre algunes bales xiuxiuejaven a prop del seu cap. Amb els ulls tancats, baldat i famolenc, volia que aquell mal son s'acabés. Ja li era indiferent com.

A l'altra banda, separats de l'enemic per un camp de blat que s'havia deixat perdre, alguns soldats esperaven ordres del capità per detenir l'atac, aixoplugats sota una barricada de branques i pedres. Algú tractava de rebaixar l'angoixa del moment explicant acudits macabres. Era en Josep, un valent xicot amb un futur prometedor si el seu bàndol resultava guanyador en aquella absurda guerra en la que amics i veïns s'havien vist obligats a lluitar els uns contra els altres, mentre els responsables romanien segurs en els seus despatxos, ben lluny del front.

El capità va donar la batussa per acabada. Els seus homes van anar treient el cap poc a poc, encara desconfiats. En Josep es va eixugar la suor del front, mentre mantenia el casc amb l'altre mà. En aquell precís moment, una bala va impactar al seu ull dret i li va sortir pel clatell.

La mare d'en Josep el va plorar desconsoladament quan van portar el seu cos al poble. Un any després, assistia en silenci a la cerimònia de condecoració del seu altre fill, premiat per la seva heroica acció durant la batalla definitiva. Ella no sabria mai que aquella bala perduda, disparada accidentalment per en Bernat -que la mirava somrient-, era la que havia matat en Josep.



NOTA: Relat presentat al segon concurs JAK de relats curts, a Santa Coloma de Gramenet, amb la temàtica: "La guerra".

jueves, 5 de septiembre de 2013

El almacén.

Pedro trabaja como encargado de almacén. Para ser más exactos, de un inmenso almacén.


Desde que le asignaron a ese puesto, ha pasado cada día de su vida laboral realizando la misma rutina: recepcionando los envíos -que pueden llegar de cualquier país del mundo y a cualquier hora-, apuntándolos en un libro de contabilidad, y organizándolos en las interminables estanterías. Por suerte, conoce en detalle el laberinto en que se ha convertido el local. No quiere ni pensar cuanto tiempo lleva allí, aunque a veces tiene la impresión de que por lo menos mil años. Cuando empezó no habían ordenadores, y con el paso del tiempo, Pedro ya no cree que le compren uno para su trabajo. Acumula cientos de libros repletos de referencias, pero el jefe no quiere prescindir de ellos y le obliga a guardarlos a medida que los va completando.

El jefe, curioso personaje. No se le ha visto más que en contadas ocasiones, pero parece controlarlo todo desde su despacho, situado en la planta alta del almacén. Dicen de él que nunca descansa de lunes a sábado, y que es un pozo de conocimiento y creatividad, capaz de generar los mejores y más exitosos diseños para la empresa.

Pedro no ha hablado nunca cara a cara con el jefe, ya que fue contratado directamente por el hijo de éste, un descarado jovenzuelo, de melena desmadejada y mirada profunda, que había sido enchufado por su papi para trabajar como comercial y relaciones públicas de la empresa. Una docena de compañeros más fueron reclutados a la vez que Pedro. La mayoría de ellos no tenía formación alguna, pero tras una serie de prácticas intensivas culminadas con una cena de empresa memorable, todos -menos uno, que se dió de baja aquella misma noche- adquirieron las habilidades requeridas para el trabajo que les iba a ser encomendado.

Pedro y el hijo del jefe se hicieron buenos amigos ya que éste se lo llevaba como ayudante en sus viajes de negocios. Al parecer había salido a su padre, porque era divertido, tenía labia, una gran imaginación, y explicaba unas batallitas e historias cojonudas. La mayoría de ellas completamente inverosímiles e inventadas, en opinión de Pedro. Pero siempre acababa convenciendo a los clientes, en ocasiones incluyendo increíbles trucos de magia en sus presentaciones.

Pasaron tres años trabajando codo a codo. Todo iba bien hasta que, tras un malentendido con la justicia local, el jefe decidió promocionar a su vástago a otro puesto, esta vez en el consejo de administración. Pedro continuó por un cierto tiempo la tarea comercial, pero pronto vio que no era lo suyo, y pidió el traslado a un puesto menos delicado. Le asignaron el almacén.

La empresa para la que trabaja Pedro es una de las líderes de su mercado, compartiendo cuota con dos grandes competidores, a los que hay que añadir multitud de otras pequeñas compañías. Algunas de nombres rimbombantes, otras de más reciente creación. Hasta hace bien poco, los clientes eran en general fieles a la empresa toda la vida, pero ahora se ha liberalizado el mercado, y la gente desea probar otras alternativas. Algunos vuelven, otros quedan enganchados (temporalmente o para siempre) a los nuevos servicios ofrecidos por la competencia. Incluso en algún momento, ciertas personas deciden que no necesitan de ese tipo de servicios y se dan de baja de forma indefinida. Esta es la gran preocupación del jefe en los últimos tiempos.

En ocasiones, Pedro se pregunta si realmente la empresa obtiene beneficios. En todos estos años, se ha limitado a recepcionar los paquetes y colocarlos ordenadamente, pero no ha visto que ninguno de ellos se mueva nunca de la estantería en que los depositó originalmente. Se dice que el jefe los guarda para, en un futuro más o menos próximo, decidir que hacer con ellos definitivamente. Los paquetes vienen con nombre y apellidos, y según se rumorea, guardan información o valiosos artículos asociados a esos nombres. Algunos trabajadores incluso creen que las cajas no son simples objetos inanimados. Él nunca ha querido curiosear en el contenido. Sabe que estaría mal.

Aunque también reconoce que la publicidad de la empresa puede ser algo engañosa, puesto que muestra otro tipo de destino para los paquetes recibidos, con menos apreturas. Pero claro, eso se podía hacer al principio, cuando había espacio suficiente en el almacén, y la empresa era aún pequeña y poco conocida. Pedro diría que ha apuntado -como mínimo- dos mil millones de referencias en sus libros. Probablemente está ya un poco cansado de esta rutina, pero sabe que después de tanto tiempo allí, no tiene futuro en la competencia, y no sabe hacer otra cosa, por lo que se resigna y deja de preocuparse.

Así es la vida de Pedro. O San Pedro, como todavía le llaman algunos de sus colegas de curro. Él sonríe cuando eso pasa, y recuerda -brevemente- los viejos tiempos, antes de volver a sus tareas.

FIN.

martes, 23 de julio de 2013

La segunda oportunidad.


"Horizontal detachment", cortesía de Mihaela Constantinescu.

Mi nombre es Luis, aunque todos mis amigos me llaman Luigi, medio en broma, medio en serio, desde los tiempos en que éramos los reyes de la noche en Ibiza. Buenos tiempos aquellos, sí señor: Mañanas de sol, cervezas frías y arena ardiente. Tras la comida -rápida y sin complejos la mayoría de las veces-, una siesta relajada, ducha, la elección de un envoltorio adecuado para la ocasión, y ¡a arrasar barras de bar, pistas de baile y corazones! (y no siempre en ese orden).

Confieso que las mujeres siempre habían resultado un pasatiempo para mí, desde aquella ocasión en que me enamoré como sólo puede hacerse la primera vez, pero ella acabó quebrando mis ilusiones de juventud. Me juré a mí mismo que el género femenino al completo debía pagar por aquel fracaso original. A partir de entonces, ya nunca me acerqué a ninguna de ellas con la suficiente intensidad y respeto como para conservarla demasiado tiempo.

Así fueron pasando los años. Aunque ya pasaba de los cuarenta, hasta hace bien poco continuaba con mis parrandas de fin de semana y seguía tan fresco, como si los excesos no se acumularan a mis espaldas ni afectaran a mis huesos.

Pero, llegados a este punto, debo confesaros que recientemente algo ha cambiado. De repente, me encuentro preso... en el cuerpo de un recién nacido. Sí, de un bebé.

La verdad es que ni entiendo y ni siquiera recuerdo muy bien lo que me ha pasado. Destellos de lucidez salpican mi mente de tanto en cuanto, cada vez más espaciados en el tiempo. Ecos de una nueva noche de juerga bañada en alcohol. Un abrazo de despedida con mis compañeros de farra a la salida de algún local, mientras los primeros rayos de sol del día emergen por encima de los edificios. Unos pasos que avanzan hacia mi piso, un semáforo en rojo, un claxon que de pronto despeja mi mente, y el silencio absoluto justo después...

Tras un fundido en negro, abrí los ojos, pues esperaba ser espectador de mi propio final, pero no vi ni la luz al final del túnel ni imágenes secuenciales con los greatest hits de mi vida. En su lugar, vislumbré -vagamente, entre tinieblas- una habitación de paredes pintadas de azul claro, con cenefas de nubecitas y unicornios. Estaba envuelto en una mantita de colores, muy suave al tacto. A mi lado había un sonajero de plástico, de colores chillones. Intenté incorporarme, pero no pude: Al parecer, mi columna vertebral se encontraba todavía un tanto inmadura. Traté de hablar, gritar, preguntar, pero no emití sonido inteligible alguno. Frustrado, rompí en un llanto infantil sin fin, hasta que alguien me tomó en brazos y me dirigió unas dulces palabras de consuelo. Era mi nueva madre.

Así que ahora me encuentro en esta extraña situación, con todas mis habilidades intelectuales intactas, pero limitadas al cuerpo fofo y desmadejado de un bebé. ¿Podéis entender lo que eso significa para alguien como yo?

Personalmente, no encuentro explicación racional posible. Debe ser un castigo de algo o de alguien situado muy por encima de mi entendimiento, quizás por mi vida disoluta. O puede que sea el resultado de un hechizo lanzado sobre mí por alguna mujer despechada. Es posible que tan sólo sea mi destino, pero he aprendido que no me gusta ser tan diferente a los demás. No es justo. Si tenía que morir, ¿Por qué no lo podía hacer de la forma habitual, sin extravagancias ni truquitos de tres al cuarto?

De acuerdo: si lo pensamos bien (y yo he tenido tiempo suficiente, ya que entre toma y toma no puedo hacer otra cosa), es mejor estar aquí, tumbado en una cuna, que si mi luz se hubiera apagado para siempre. Aunque creedme: es esta una dura situación para alguien acostumbrado a tomar todo lo que la vida podía ofrecerle, consumiéndolo sin pensar apenas en el día siguiente. Antes, yo era como la cigarra del viejo cuento. Hoy soy la hormiga, atrapada en la desesperante rutina de un lactante desdentado.

Pero a día de hoy, hay que asumir que esta y no otra es mi realidad. Desconozco si soy una conciencia paralela a la real del bebé, o si realmente él piensa como yo. O yo como él. ¡Eh! ¿Hay alguien más ahí? Os confirmo que, a las órdenes de mi cerebro, puedo mover vagamente mis piececitos y mis manitas, pero la cabeza me pesa en exceso y no controlo mis esfínteres. Para alguien como yo, acostumbrado a lucir impoluto, cual dandy de épocas pretéritas, es muy duro notar cada tres o cuatro horas el olor de mi pañal rebosante.

No todo es malo. Al menos, mi mente ha sobrevivido a mi antiguo cuerpo, y se ha reencarnado en un varón: Tengo colita. Por cierto, me muerdo los pies con mucho arte. Y cuando mi nueva mamá me acicala, huelo muy bien. Alguna vez he querido darle las gracias, pero mi boquita sin dientes tan sólo sigue emitiendo sonidos guturales, aún lejos de ser identificados como palabras con algún sentido.

Recuerdo cuando, al acercarme a una mujer, podía aspirar su perfume (era todo un experto, sabía cual debía regalarles: uno y sólo uno es el ideal para cada chica) y preparar un plan para que acabara entre mis brazos. Ahora, cuando una señora me toma en los suyos, tan sólo puedo percibir el aroma a lavanda de mi ropita, y sentirme reconfortado con su calor. A vosotros os pasaría lo mismo: Tengo la mente de un hombre de cuarenta y tantos pero la testosterona de un bebé recién nacido. Por momentos, creo que me voy a volver loco.

Pero no puedo ni debo. ¿Cómo afectaría eso al bebé que soy ahora? Estoy convencido que me han dado una segunda oportunidad y que debo aprovecharla, aunque a medida que crezco me asaltan las dudas sobre las posibilidades de evolucionar como un niño normal, con esta mente adulta y repleta de prejuicios. ¿Acabaré siendo un mostruo de feria? ¿Podría sacar provecho de la situación? En mi vida anterior solía bromear con mis amigotes de que me hubiera gustado disfrutar a la vez de mi cuerpo de veinte años junto a la experiencia de mis treinta y cinco.

Pero hoy me encuentro atrapado en otra situación, muy diferente.


ooo


Han pasado algunas semanas, posiblemente meses, y tengo que decir que, inesperadamente, cada vez me siento mejor en mi cuerpo infantil. Me he acostumbrado a su rutina, y ¡Por fin he aprendido a utilizar el sonajero! Además me han regalado un precioso osito de peluche, el cual me acompaña todas las noches a la hora de dormir. Bien, en realidad todavía no distingo demasiado bien entre día y noche, ya que la mayor parte del tiempo me la paso dormitando en mi cunita.

Por otro lado, cada vez añoro menos mi vida adulta. De hecho, cada día que pasa pienso menos en ella. Ahora me parecen lejanas aquellas experiencias sensoriales, el roce y el olor de aquellas pieles, el aroma en el ambiente, mezcla de licores, tabaco, perfume y carmín. Hoy en día me tiene sin cuidado la presión de padres y sociedad por labrarse un porvenir, por tener un trabajo, por hacerlo bien, por parecer un hombre de provecho. Y ya no tengo que controlarme para no gastar toda la paga en fiestas y mujeres.

Incluso no echo de menos saber quién va primero en la Liga. Tan sólo, de tanto en cuanto, me pregunto a mí mismo porqué trataba tan mal a las mujeres. Y no me sé responder. Por lo que he comprobado, no todas son tan perversas. Empezando por mi segunda madre, que tan sólo procura lo mejor para mí. Ojalá hubiera sido así la primera.

En definitiva, no cambiaría por nada mi vida actual. Mis brazos y piernas han conseguido adquirir una cierta fuerza, he empezado a incorporarme y ya gateo un poquito. Mis padres están locos de contentos conmigo. Creo que he entendido mi nuevo nombre: Oscar. No me gusta mucho, pero supongo que es un mal menor al cual me iré acostumbrando.

Uy, mientras os explicaba esto, me he hecho pipí encima otra vez. ¡Os tengo que dejar, que necesito un baño, un pañal nuevo y una buena ración de polvos de talco!



ooo


A estas alturas de mi nueva vida no me reconozco en mí mismo. He llegado a un punto en que la mayor parte del tiempo pienso ya como un bebé. Todas las experiencias anteriores han ido borrándose de mi mente, poco a poco pero inexorablemente. En lugar de mujeres y alcohol pienso en peluches y potitos. Mi tránsito intestinal se ha regularizado aunque aún necesitaré un tiempo para poder ir solito al baño.

He dado ya mis primeros pasitos, y empiezo a ser algo más independiente. Más aún, creo que ya estoy preparado para pronunciar mi primera palabra con claridad. He estado practicando en solitario estos últimos días, y ahora estoy ansioso por decirla, en cuanto mi madre me coja en brazos y me saque del parque infantil.

¡Cuidado, que ahí viene! ¡Me está cogiendo! Ahí voy: ¡Maaa - maaa!

En ese momento, mientras ella rompe en gritos de alegría e incluso se le escapa una lagrimita, lo veo todo claro: Como en las películas, mi vida de crápula ha pasado en un segundo por delante de mis tiernas pupilas infantiles. Finalmente, Luigi ha acabado de morir del todo, y desde este preciso instante, mientras me abrazo a mamá, ya soy tan sólo Oscar, un niño de pocos meses de edad con todo por aprender, con un mundo por delante para jugar a "prueba y error". Sin experiencias anteriores, prejuicios ni pensamientos adultos. Espero que ellas me hayan sabido perdonar. Al menos, fue bonito mientras duró.

FIN.











martes, 18 de junio de 2013

Novedades pronto

¡Hola!

Muy pronto espero poder cerrar este período de bloqueo creativo a causa de unos problemillas de salud que he ido padeciendo. Nada realmente importante para lo que se ve por ahí hoy en día, pero que hacía que mis ganas de escribir se vieran muy limitadas.

Al menos he tenido tiempo para pensar, por lo que durante las próximas semanas planeo ofreceros algún material nuevo en el blog de relatos. También estoy considerando el reescribir durante el verano mi novela 'La trilogía', tras un acertado feedback crítico de Salva Redón.

Y quizás un nuevo blog, esta vez relacionado con la publicidad (posiblemente también me ha dado tiempo de ver demasiada TV).

Saludos, os mantengo informados/as.
Pedro.

domingo, 31 de marzo de 2013

FALLO DEL I CONCURSO ABIERTO DE RELATO BREVE “El DIOS TECNOLOGÍA”


FALLO DEL I CONCURSO ABIERTO DE RELATO BREVE “El DIOS TECNOLOGÍA”

Talleres de escritura creativa Fuentetaja y Casa del Libro comunican que el Jurado del Premio “El dios Tecnología' ha elegido a los ganadores de esta su primera edición. Una convocatoria rotundamente exitosa que se ha desarrollado en su integridad a través de la página clubdeescritura.com y a la que se han presentado casi 600 originales y se han contabilizado más de 15.000 votaciones populares y 124.000 lecturas de los relatos a concurso.

El premio, cuya dotación para el primer puesto incluye un bono de 1000 euros para canjear en talleres de creación literaria en Fuentetaja, se ha desarrollado en un contexto didáctico y ha querido tener en cuenta el ejercicio ético de participación y votación en el marco de un pacto de honradez.

Los miembros del jurado, compuesto por experimentados profesores del taller de escritura creativa Fuentetaja han emitido el siguiente fallo:


De los 25 seleccionados por votaciones populares:

Un primer ganador premiado con un bono de 1.000 euros para canjear en distintos talleres y cursos organizados por Fuentetaja con una validez de 3 años; un lector de libros electrónicos eReader Tagus y un bono de 50 euros para canjear en e-books,

1-Empatía – Rubén Muñoz
http://goo.gl/w9UXi

2 finalistas, premiados cada uno con un eReader Tagus y un bono de 25 euros cada uno:

2-El enjambre – Raúl Cantalapiedra
http://goo.gl/fr9xQ

3- Contraseña – Luis Fernández
http://goo.gl/i8IbJ


7 menciones  premiados con una suscripción anual  casadellibroplus que supone envíos gratuitos de todos los pedidos (sin importe mínimo).

Muerte por ortografía – Luz Uscategui
http://goo.gl/1p5j7

Adiós, papá – Pedro Daniel Verdugo Romero

http://goo.gl/9jOvF


Acostumbrándose – Raúl del Olmo Echeguren
http://goo.gl/O7nBI

Los ojos del alma –Roque Piñero
http://goo.gl/59tUP

La mirada perdida – Ricardo Furió Peris
http://goo.gl/HzJaz

Buenas noches, mi amor – Carolina Bustos
http://goo.gl/ps7SE

La abuela que hackeó el mundo – Nacho Mellado
http://goo.gl/mb5yQ



A juicio del jurado se incorporan al fallo 5 menciones especiales del jurado entre todos los textos enviados a concurso formen o no parte de los 25 más votados


Un Chejov a la medida – Luis Tarrafeta
http://goo.gl/Z3spL

Otomo – David Calvo
http://goo.gl/Vl8hA

Venganza desconectada – Ramón Aranda Gil
http://goo.gl/maK3J

Azul profundo – Francisco Orta Soler
http://goo.gl/wqYrl

El francotirador – Billy Kopecki
http://goo.gl/2cY46


Igualmente incorporamos tres premios a participantes que hayan destacado tanto por el ejercicio de su voto como por el ejercicio del comentario de los textos a concurso:

Votantes y comentaristas;

Sergio De Marcos Serrano

Miguel A. Ortega

Rubén Espino 


Tanto los autores de los relatos mencionados de forma especial por el jurado como  los votantes premiados, recibirán un lote de 5 libros de Ediciones Fuentetaja, editorial especializada en Escritura creativa.

En los próximos días la organización se pondrá en contacto via mail con los ganadores y las menciones al objeto de la entrega de premios.




De los relatos premiados y menciones especiales del jurado, acompañamos breves comentarios del Jurado:

1-Empatía – Rubén Muñoz
Relato con reminiscencias de Asimov, osado, buen tratamiento del tema del otro, la máquina, capaz de ternura a pesar de lo metálico del tema y con mucho humor.  En ocasiones algo explicativo, deja poco espacio al lector.
http://goo.gl/w9UXi

2-El enjambre – Raúl Cantalapiedra
Una reflexión sobre la identidad, la conciencia de grupo, la deshumanización que trae la tecnología. Quizá algo denso por momentos, sintaxis algo complicada.
http://goo.gl/fr9xQ

3- Contraseña – Luis Fernández
Distópico y original. Buen tratamiento del tema del secreto que genera una buena dosis de intriga en el lector. Quizá demasiado esquemático, no habría estado mal un mayor desarrollo de atmósfera.
http://goo.gl/i8IbJ



Un Chejov a la medida – Luis Tarrafeta
http://goo.gl/Z3spL
Original por sus distintos niveles de lectura, por su manejo de la hipertextualidad aprovechando los medios de los que dispone. Un inteligente acercamiento a uno de los problemas contemporáneos del arte.

Otomo – David Calvo
http://goo.gl/Vl8hA
Muy buen planteamiento, muy sugerente y atractivo. La ciencia ficción es más un marco que un tema. Algunos lugares comunes que habría que pulir, pero metáforas muy interesantes.

Venganza desconectada – Ramón Aranda Gil
http://goo.gl/maK3J
Muy buena atmósfera, muy absorbente, aunque en ocasiones se detiene en detalles que demoran el desarrollo de la trama. El final algo precipitado pero es digna de dificultad de construir una trama compleja de género negro en tan poco espacio y vincularla con el tema.

Azul profundo – Francisco Orta Soler
http://goo.gl/wqYrl
Bien logrado el tono infantil, muy expresivo, y nos ofrece una mirada sobre la velocidad a la que se producen los cambios en esta era tecnológica y de las diferencias entre generaciones.  Una mirada tierna y no conflictiva, optimista para variar.

El francotirador – Billy Kopecki
http://goo.gl/2cY46
Un cuento muy bueno, aunque su conexión con el tema de la tecnología sea en extremo anecdótica, pero que merece la pena destacar por su estilo claro y directo, por su frescura.

Muchas gracias a participantes, votantes y comentaristas por su generosa participación.

En Madrid a 27 de Marzo de 2013

domingo, 13 de enero de 2013

Adiós, Papá.

Aunque no llegara a calentar, un brillante sol contrastaba con aquella triste mañana de invierno. Sentado en un banco, Sergio asistía desolado al funeral por su padre. Por segunda vez en su vida, estaba experimentando el vacío por la pérdida de un ser próximo. Su madre les había dejado tres años antes, tras padecer una grave enfermedad que le mantuvo prácticamente inconsciente los seis últimos meses.

Hijo único, su padre le había hecho prometer que si le pasaba lo mismo a él, no le dejaría sufrir tanto tiempo. No hizo falta cumplir la promesa. Hacía dos noches que su progenitor había quedado ingresado en el hospital, en principio por unas pequeñas molestias. Pasadas las doce sonó el teléfono en el apartamento de Sergio. Antes incluso de descolgar, ya sabía lo que había sucedido.

Tras dejar pasar un par de semanas, acordó una cita con el notario para proceder a la obertura del testamento. Una vez allí, su sorpresa fue mayúscula cuando éste le comunicó que su padre le había legado el piso familiar y exactamente, cuatro mil quinientos doce euros con veinte céntimos. Ni más ni menos.

Sergio abandonó el despacho perplejo. Su padre no era un hombre rico, pero la ferretería familiar había crecido hasta convertirse en una red de franquicias, por lo que la cantidad testada le pareció ínfima.

Volvió al piso que había heredado, por si entre los papeles y la correspondencia podía encontrar algún indicio sobre la inesperada descapitalización familiar. La búsqueda fue infructuosa. Sí encontró el teléfono móvil de su padre, sin batería. Buscó el cargador y dejó el aparato conectado. Entonces, vio algo sobre el escritorio del despacho. Un flamante ordenador portátil. Su padre nunca había sido amante de la tecnología. Disponía de teléfono móvil principalmente para llamadas de negocios, pero Sergio hubiera jurado que nunca había puesto un dedo sobre un teclado de ordenador. Abrió la tapa y presionó el botón de encendido.

Tras unos segundos de espera, el sistema le pidió una clave. No fue hasta el tercer intento cuando acertó con la correcta, una de las típicas de su padre.

El escritorio virtual se mostró ante él. Contenía tan sólo el icono de un navegador. Al seleccionarlo se abría la página inicial de un servicio de correo electrónico, por suerte con el usuario y la clave informados. Pudo acceder directamente a la bandeja de entrada. Para su sorpresa, estaba vacía.

Un sonido emitido por el móvil en carga le indicó que había vuelto a la vida. Pudo comprobar el listado de las últimas llamadas hechas y recibidas por su padre antes de morir. La mayoría eran conversaciones con Sergio, excepto un número que no pudo identificar. Frente al ordenador, abrió otra pestaña del navegador y buscó en Google ese número desconocido. Uno de los primeros resultados daba la solución: Era el teléfono de una oficina local del Banco Suizo.

Parecía ser que el viejo ferretero había descubierto las bondades de la banca privada, y que había sido titular de una cuenta secreta. Sergio pensó que las nuevas tecnologías abrían un sinfín de caminos nuevos, pero que a la vez era difícil evitar dejar huellas en ellos, como si siempre hubiera un Gran Hermano dando fe de nuestros actos en la red.

Salió del piso con el portátil bajo el brazo. Se dirigió a la oficina bancaria, oculta tras una discreta puerta bajo una placa dorada. Allí pidió entrevistarse con el director, un elegante señor que le dio el pésame y le confirmó que poco antes de la muerte de su padre, éste había retirado la cantidad de doscientos cincuenta mil euros, pagado las comisiones y cerrado la cuenta. Por supuesto, no era de su incumbencia saber qué pretendía hacer su cliente con ese dinero.

Sergio volvió algo confundido a su apartamento. Tras unos días de reflexión, abrió de nuevo el portátil. No tenía sentido que su padre lo hubiera adquirido para una única cuenta de correo electrónico vacía. Al acceder a ella, descubrió una veintena de mensajes en la carpeta de borradores. La técnica consistía en guardar allí correos 'delicados' para evitar el envío y rastreo por Internet. Un usuario remoto respondería utilizando la misma cuenta. El mensaje más antiguo tenía un título algo extraño:

“Dios hizo al mundo en siete días. Nosotros podemos mejorarlo”

Su padre nunca había sido excesivamente religioso, por lo que el mensaje le descolocó aún más. Lo abrió y esa fue la puerta a una de las sorpresas más grandes que tendría nunca en su vida.

En él, una corporación llamada “Extend U Live” explicaba que habían seleccionado a su padre ya que conocían su “problema de salud” y tenían una oferta que de bien seguro “no podría rechazar”. Al parecer, alguien le había entregado en mano el portátil con unas instrucciones básicas de uso.

Tras confirmar que podría estar interesado, los siguientes correos desvelaban el fin que su padre habría dado al dinero. “Extend U Live” había desarrollado una innovadora técnica de criogenización combinada con un entorno de realidad virtual que ofrecía a las personas con dolencias graves en sus últimas fases, la posibilidad de morir para el resto de la humanidad, pero continuar viviendo en una consciencia alternativa. El cuerpo se mantenía en una cápsula y el cerebro quedaba conectado a una red de experiencias sensoriales que simulaban perfectamente la vida, esta vez sin problemas de salud ni de edad, en base a unos parámetros decididos tras una serie de reuniones con el interesado. El precio era de doscientos cincuenta mil euros y era indispensable guardar absoluto secreto. La morada final se mantenía oculta por motivos de seguridad.

El resto de mensajes detallaban las acciones necesarias para finalizar el plan, incluida la muerte simulada del cliente, certificada por un médico a sueldo de la corporación, y su traslado tras el falso funeral a las dependencias secretas, donde viviría en plenitud su segunda oportunidad.

Al acabar de leer, Sergio tan sólo pudo pensar:

“Efectivamente, lo han conseguido. Esos hijos de perra han superado a Dios. Buen viaje, papá”.

---- FIN ----

NOTA IMPORTANTE: Este es el relato que he presentado al Primer Concurso de Relato Breve del Club de Escritura Fuentetaja, bajo el tema "El Dios Tecnología". Este es un concurso en el que, a partir del 20 de febrero, podréis votar los relatos publicados (entre ellos, este), en la página web del Club en Facebook: https://apps.facebook.com/club-de-escritura/

Mi Relato se llama 'Adiós, Papá'. Creo que para votar se debe tener o una cuenta en Facebook o bien darse de alta directamente en la página del club http://www.clubdeescritura.com/.

Gracias, en cuanto se abra la posibilidad de dar votos a las obras, os lo haré saber. ¡Un saludo!

domingo, 6 de enero de 2013

El visitante inesperado

BASADO EN HECHOS REALES.

1. LA SALIDA.


El día se había levantado fresco pero despejado, el tiempo ideal para lo que habíamos planeado como un relajante fin de semana de invierno en los Pirineos. Tras conducir un par de centenares de cómodos kilómetros a través de autopistas y carreteras comarcales, nos desviamos por una vía rural que se iniciaba en la base de una de las múltiples elevaciones montañosas de la zona.

Desde allí, entre verdes campos y tramos sin asfaltar salpicados de boñigas de vaca, una sinuosa carretera nos conduciría hasta nuestro destino. Tras casi nueve kilómetros de lenta subida, detuvimos los coches al lado de la primera casa del minúsculo pueblo, en la parte más baja. Elevando la vista se mostraban orgullosas no más de una veintena de casas esparcidas sin orden por la ladera, sobre las cuales reinaban las ruinas de un castillo medieval. Un bonito lugar con un halo mágico alrededor, sin duda.

Nuestros amigos, con los cuales íbamos a compartir la casa que habíamos alquilado, aparcaron tras nosotros. Los niños de cada pareja, nerviosos por el largo trayecto, bajaron rápidamente de los coches. Tras estirar un poco las piernas, nos adentramos en el pueblo, totalmente vacío en apariencia. Todas las viviendas eran de piedra y pizarra, algunas de las cuales -entre ellas aquella que íbamos a habitar los próximos dos días- habían sido restauradas.

En la puerta de aquella casa nos recibió la dueña, una señora de unos cuarenta años con el rostro surcado de arruguitas, y los mofletes rosados.

- Hola, soy Araceli, de Can Vidal. Hablé con alguna de vosotras - se dirigió a las chicas- para concretar el alquiler y quedar hoy. Supongo que es la primera vez que os acercáis a Sant Andreu de la Font, ¿Verdad?

- Sí, la primera- respondimos todos al unísono.

- Estupendo, estoy segura de que este pueblecito os va a encantar. Desde la iglesia hay unas vistas preciosas al valle.

- ¿Cuanta gente habita en él hoy en día? - preguntó uno de nosotros.

- Uy, aquí habrá actualmente alrededor de veinte casas mal contadas - respondió la lugareña -. En verano, hay bastante movimiento. Pero ahora en invierno tan sólo vive una familia de forma permanente. Y este fin de semana no están.

- ¿Entonces tú y tu familia no vivís aquí?

- Esta era la casa familiar hasta que fallecieron mis padres, pero actualmente vivimos en Sort, la capital de la comarca.

- ¿Quieres decir que estaremos solos en el pueblo durante el fin de semana?

- Bueno, solos no creo. Siempre hay turistas que suben a visitar el pueblo o gente que mantiene aquí una segunda vivienda que decide pasar el fin de semana de vez en cuando. Y también están las brujas del lugar - dijo la señora con una sonrisa enigmática.

- ¿Brujas? Respondimos todos, sorprendidos. Los ojos de los más pequeños se abrieron como platos.

- Efectivamente - respondió ella, visiblemente satisfecha de poder explicar una vez más la historia- . El pueblo tiene su origen en la segunda parte del siglo XI. Desde entonces, campesinos y ganaderos, pero también caballeros, nobles, embajadores, abades, consejeros y políticos han nacido y crecido aquí. Y tampoco nos podemos olvidar de las brujas. En el año 1.510, el dominio cayó bajo el gobierno de los Condes de Cardona, que para reforzar su poder, iniciaron procesos de brujería contra las habitantes de lugar. Berenguer de Copons, nombrado Procurador General y Administrador del Condado de Vilamur, emprendió una caza de brujas que se prolongó durante todo el siglo XVI, con un número indeterminado de procesos, delaciones, venganzas y falsedades, en detrimento de los lazos sociales del pequeño pueblo y de su capacidad de resistencia contra los señores feudales.

- Fascinante, - respondió nuestro amigo Toni. - Sigue, por favor.

- Y así sucedió que en 1.576, tuvo lugar el juicio de tres de aquellas desdichadas en la sala grande del castillo de los condes, ahí arriba.

- ¿Ese que está en ruinas?

- El mismo. Estuvo en pie hasta inicios del siglo XX, cuando quedó deshabitado totalmente.

- ¿Y qué pasó con las brujas?- preguntó Beatriz, la compañera de Toni mientras abrazaba a una de sus hijas, ya algo asustada con la historia.

- Fueron condenadas a la hoguera, siendo la sentencia ejecutada el día después en la pradera que acoge la torre del mismo castillo, bajo la atenta mirada del resto de habitantes del pueblo. Se dice que una de ellas, mientras se abrasaba en la hoguera, pronunció un hechizo por el cual el pueblo caería bajo una serie de plagas que ella misma en persona se encargaría de ejecutar.

- Je je je.. - sonreí yo sin evaluar las posibles consecuencias- la típica historia de la bruja cuyo espíritu queda vagando por el pueblo tras morir acusada injustamente por la inquisición.

- No te lo tomes a broma, muchacho - me cortó seriamente Araceli-. Un mes justo después del proceso, durante una gran tormenta un rayo destruyó la torre del castillo, y otro propagó un incendio en el pueblo. Esa sólo fue la primera de las maldiciones que han ido azotando al pueblo a lo largo de los siglos. Sequías, nevadas continuadas de varias semanas de duración, más incendios, éxodo, hambres, enfermedades...

- Vamos, lo típico en un pueblo aislado de alta montaña - seguí yo desafiando a la historia de terror que nos explicaba la aldeana.

- Algo molesta, Araceli concluyó la conversación.

- Como quieras, pero no deberías tomar a guasa las tradiciones y la historia oral de un pueblo. Algunas tardes de invierno, si se afina el oído, se puede oir el lamento de las brujas atravesando las calles del pueblo.

- Lo siento, no pretendía ser maleducado, es que soy de ciencias- intenté disculparme sin demasiado éxito.

La broma no provocó cambio alguno en el semblante de la anfitriona. Simplemente dejó de hablar, giró sobre sus pies, se dirigió a la puerta de la casona, la abrió y nos invitó a pasar. Durante ese intervalo de breves segundos, mi mujer tuvo tiempo de matarme con la mirada un par de veces.

Una vez dentro, comprobamos que el interior, incluídos muebles, electrodomésticos y decoración, era nuevo y magnífico, y estaba sobradamente equipado para las inclemencias del invierno, incluyendo en la sala de estar una bonita chimenea.

Araceli nos explicó que la casa había sido restaurada recientemente. Nos mostró las habitaciones y el funcionamiento de la moderna calefacción por radiadores, que ya había iniciado su trabajo, por lo que la casa se encontraba a una temperatura confortable. Desde el balcón se vislumbraban un buen número de picos nevados, varios pueblos más abajo en el valle, así como la carretera que lo cruzaba.

Tras explicarnos los últimos detalles, procedimos a pagar la estancia. La dueña de la casa nos entregó las llaves de la casa y preguntó si teníamos alguna cuestión más.

- Muchas gracias, por nuestra parte todo parece bien- le contestamos.

- Estupendo. Una cosa más: Si le va bien, le pediré a mi marido que suba a media tarde para comprobar que la calefacción funciona correctamente y que no necesitáis nada.

- Muchas gracias, pero no creo que haga falta, - contestó Toni. - Llevamos en los coches comida, bebida, juguetes, mantas, y todo lo necesario para pasar el fin de semana. No hagas subir a tu marido los nueve kilómetros de curvas solo para ésto. Además, si hay algún problema tenemos móviles y por lo que veo hay buena cobertura.

- No es ningún esfuerzo, la verdad. Tenemos huertos cerca de aquí, y hay que cuidarlos. Para nosotros es sencillo subir, nos conocemos las grietas y desconchones de cada curva de la carretera - concluyó ella con una sonrisa sincera.

- Gracias. Seguro que estaremos bien. Como hemos acordado, mañana por la tarde, después de comer, recogeremos todo y te dejaremos las llaves encima de la mesa de la cocina.

Tras comprobar que todo quedaba bajo control, Araceli se despidió, salió de la casa y cerró suavemente la puerta. Desde la ventana observamos como su figura se perdía entre las otras casas. Acto seguido salimos a la calle de nuevo para traspasar todas las bolsas con ropa, enseres, comida y bebida, desde los coches hasta el interior de la casa, y comenzamos a preparar la comida del sábado. Tras comer, recoger y lavar la cubertería, los cacharros, los platos y los vasos, nos dedicamos a descansar un rato en los cómodos sofás de la sala de estar, mientras los niños jugaban con sus videoconsolas portátiles y las niñas quedaban sentadas a la mesa mientras dibujaban princesitas góticas de labios negros.

A media tarde, decidimos salir a visitar el pueblo. Nos colocamos los anoraks y los guantes, y abandonamos nuestro refugio. Una fría temperatura nos recibió en el exterior, mientras arriba en la montaña un banco de densa niebla amenazaba con cubrir al pueblo en breve. No obstante, enfilamos la puerta y callejeamos un buen rato, sin vislumbrar ningún alma. O quizás sí, puesto que en realidad nos cruzamos con un par de gatos.

Casi sin darnos cuenta, la niebla había tomado las cuatro calles del pueblo mientras la oscuridad de la tarde amenazaba con hacer caer a alguno de los niños al suelo, irregular y empedrado, por lo que decidimos volver al calor de la chimenea. A esa hora, las luces exteriores de algunas casas se encontraban encendidas, a pesar de no habernos topado con persona humana alguna durante nuestro paseo.

Nada más entrar encendimos en el hogar unos troncos que habíamos recogido de la leñera, en el exterior de la casa. La temperatura volvió a subir mientras preparábamos la cena. Primero para las criaturas, luego lo haríamos más tranquilamente los mayores.

Una vez los pequeños hubieron acabado, las dos parejas nos sentamos a cenar, mientras algunos niños jugaban a un juego de mesa y el resto veía la televisión. Una escena relajante para una noche que aún deparaba alguna que otra sorpresa.

2. EL VISITANTE.


A media cena, sonaron de repente unos toquecitos en la puerta principal. Nos miramos sorprendidos puesto que ya era tarde, cerca de las diez de la noche, y por supuesto no esperábamos visita alguna a esas horas. Mi amigo Toni se levantó, y abrió la puerta con cuidado, poco a poco. Un hombre esperaba fuera con una bolsa de plástico en una mano y un extraño objeto en la otra.

- Hola, buenas noches. Soy Joanot Vidal, de los Vidal de Sant Andreu. Os traigo unos obsequios.

- Pase, pase por favor - dijo Toni algo sorprendido mientras nos miraba sin saber muy bien qué hacer en realidad. El resto nos encogimos de hombros pero activamos los sentidos por si detectábamos algún comportamiento sospechoso o peligroso en el desconocido. La situación no era muy normal y las alertas se disparan en estos casos.

- Gracias. -dijo él mientras pasaba al interior- Solía vivir en esta casa, está bastante cambiada.- El visitante ofrecía un aspecto algo desmadejado. El cabello algo largo, descuidado y canoso, la cara surcada de arrugas, el bigote abundante y la barba de varios días. Sus ojos eran intensamente azules, brillantes y tristes a la vez. Una chaqueta antigua cubría su camisa desgastada a rayas. Unos pantalones de pana oscuros, manchados de tierra y rotos por los bajos cubrían sus piernas, mientras unas botas de aspecto militar aún más sucias completaban el cuadro.

- Que aproveche.- comentó el recién llegado.

- Gracias, - respondieron las chicas.- ¿Quiere un poco? - Añadieron utilizando la fórmula que habían aprendido de sus familias cuando alguien se presentaba de imprevisto en mitad de una comida o cena.

- No gracias, no tengo hambre. - Contestó el tal Joanot. - De hecho os traía algo de comida.

Enseñó el contenido de su bolsa: Estaba llena de patatas cubiertas aún con tierra, como si las hubiera acabado de recoger. Llegué a la conclusión de que serían del huerto familiar y que el sujeto era el marido de Araceli. La bolsa contenía además una botella de vino cubierta de polvo. Joanot entregó la bolsa a Toni, que procedió a dejarla en la cocina antes de volver al grupo.

El visitante mostró entonces el otro objeto que había traído consigo: una pequeña y ajada maleta, de la cual extrajo un acordeón. Los niños, hasta ese momento en segundo plano, se acercaron a observar el instrumento. La más pequeña preguntó:

- ¿Qué es eso?

- Es un acordeón diatónico - respondió el visitante. - Se diferencia del acordeón normal, o cromático, porque en este su estructura musical depende de algunas escalas determinadas y fijas en el instrumento. Es muy típico en los Pirineos. En un lado tiene los bajos y acordes que usualmente se usan para acompañar la música o melodía que se interpreta en el otro lado, donde la nota de una misma tecla redonda cambia dependiendo si el aire sale o entra.

- Pero ¿Funciona? - La chiquilla cortó la explicación; quería ir al grano.

- ¡Claro que sí! ¿Queréis que la probemos? - Preguntó Joanot al grupo de niños, que ya se arremolinaba a su alrededor.

- !Siiiiiiiiii¡ - Respondieron todos al unísono, con ilusión, mientras los padres nos mirábamos extrañados por el extraño comportamiento del visitante. Observamos con algo de aprensión como los niños se acercaban al desconocido sin miedo alguno. Diría que alguno de los adultos echó un vistazo a la situación de los cuchillos de cocina, para tenerlos controlados frente a cualquier eventualidad.

El visitante entonó algunas canciones infantiles en un idioma un tanto incomprensible, e instó a los niños a acompañarle.

- ¿En qué idioma estás cantando? - preguntó uno de ellos.

- Es una variante del catalán que se usaba hasta hace algunos años aquí, en los Pirineos. - respondió el inesperado trovador, sin dejar de tocar el instrumento.

Las canciones se prolongaron durante un buen rato, hasta que supongo que el músico interpretó alguna de nuestras miradas impacientes.

- Creo que es un poco tarde, os debería dejar acabar de cenar - dijo, tras lo cual se descolgó el instrumento del cuello y se dispuso a guardarlo en su maleta.

De nuevo, fue interrumpido por la más pequeña:

- Por favor, ¿Podría hacerme una foto con el acordeón?

- Claro que sí, guapa, - dijo él mientras le colocaba la cinta por encima de los hombros y le ayudaba a aguantar el pesado instrumento. En ese momento, Toni sacó con el teléfono móvil un par de fotos de la niña, con Joanot y el acordeón.

Tras las fotos el visitante guardó el instrumento en la maleta, y se despidió de todos.

- Gracias por este ratito; veo que la casa ha quedado muy bien. Que paséis una buena noche, yo me vuelvo por donde vine, quedo tranquilo.

Los demás devolvimos el saludo y le acompañamos a la puerta, con un cierto alivio al ver que quedábamos solos de nuevo. Toni se dispuso a cerrar el portal.

- Toni, cierra bien la puerta con llave, por favor, le dijo su mujer. No me fío de ese tipo, me daba mala espina y he estado todo el rato pendiente de que no hiciera nada raro.

- Beatriz, - le dije yo- , creo que todos hemos tenido la misma sensación. Este Joanot tenía algo extraño en la mirada y en su comportamiento. Igual es que somos demasiado de ciudad y esto de visitar a los vecinos en mitad de la noche, que es normal en los pueblos, no lo es para nosotros...

- Quizás, pero te aseguro que no me fío de estas patatas roñosas y llenas de tierra que ha traído. Siempre que nos vamos de casa rural nos pasa algo raro.

Todos reímos con la ocurrencia de Bea, algo más relajados. El resto de la noche transcurrió sin más sobresaltos, así como el día siguiente, durante el cual visitamos en profundidad el pueblo y otros preciosos lugares del valle. Así llegó la hora de partir.

3. PREGUNTAS SIN RESPUESTA.


Mientras estábamos cargando los coches para la vuelta, se presentó Araceli, la dueña.

- Hola, como hacía buen tiempo he subido un poco antes a por las llaves, ¿Qué tal ha ido todo? ¿Os ha gustado la visita?

- Todo muy bonito y tranquilo, un lugar bucólico y relajante - dijo Toni.

- Me alegro de que os haya gustado. Por cierto, disculpad que ayer mi marido no se pudiera pasar, tuvo que ir a Tremp a hacer una visita y ya se le hizo tarde.

En ese momento todos nos miramos extrañados. Mi mujer fue la primera que reaccionó.

- Ehhh. Perdona, creo que hay un malentendido. Tu marido vino ayer, algo tarde. Sobre las diez de la noche.

- ¿Mi marido? - respondió Araceli.- Imposible, estuve con él en casa a partir de las ocho, cuando llegó de la visita. ¿No me estaréis vacilando por la historia que os expliqué ayer de las brujas? Era por supuesto una leyenda, os la expliqué para ambientaros un poco en la historia del pueblo.

- No, en serio: no estamos bromeando. - dije yo. - Pero entonces, ¿Quién es ese tal Joanot Vidal que nos visitó ayer? Un tipo con bigote, camisa a rayas y pantalones de pana. Dijo que había vivido en la casa, por lo que debe ser alguien de tu familia.

La dueña de la casa se sentó en uno de los escalones de la entrada, algo desconcertada.

- No sé quién es ese individuo. No hay nadie actualmente en la familia que se llame Joanot - dijo con cara de no entender nada. - Mi marido se llama Sebastià Martí.

- El visitante trajo patatas que supusimos eran del huerto familiar, una botella de vino y tocó un acordeón extraño con los niños - añadió Bea-. Creo que no llegó en ningún coche, y que se marchó caminando.

La cara de Araceli cambió de la desconfianza a una nueva mueca, mezcla de pánico y desconcierto.

- Ohhh ¡Dios mío! No.... No... Es imposible. Aparte de que os visitara un desconocido que llegara a pie, lo cual no tiene mucho sentido atendiendo a la temperatura exterior y a la hora, tan sólo puedo encontrar una explicación y no es nada racional. El último Joan o Joanot de la familia que vivió en esta casa... Era mi abuelo... que murió hace más de sesenta años. Era una especie de cantante y poeta que iba de pueblo en pueblo por todo el valle, tocando su acordeón diatónico en fiestas populares. Luego se hizo de los maquis y lo mataron en la montaña las tropas franquistas.

- ¿Qué estás diciendo? ¡Eso es imposible! Estuvimos ayer con él, lo podemos comprobar - dijo Toni, buscando las fotos que hizo a su hija con la cámara del móvil. Hasta que su rostro quedó blanco al llegar a la imagen en cuestión.

- Ostia, no puede ser... No, no me lo puedo creer - dijo totalmente fuera de sí.

- Toni, ¿Qué pasa? - le preguntó preocupada Beatriz, su mujer.

- Mira tú misma la foto - le pasó el móvil.

En la pantalla del dispositivo se veía la imagen de la pequeña... aguantando ella sola el acordeón en vilo. Nadie más sostenía el instrumento. Nadie más aparecía en la foto. Tampoco en la siguiente. Bea empezó a sollozar y buscó a su hijita para abrazarla.

- Tranquilos, estamos todos bien. - Dije yo.- Debe haber una explicación racional para todo esto... Pero no consigo encontrarla.

Mientras tanto, Araceli Vidal había entrado en la casa y ahora salía de nuevo con lo que parecía un grueso libro de tapas de piel, bastante desgastado.

- Dentro de la casa supongo que habéis visto una puerta cerrada con llave -dijo-. Pues bien, esa puerta da a un trastero donde guardamos los productos de limpieza, sábanas limpias y algunos objetos antiguos que conservamos tras la restauración de la casa, hace un año. Entre esos objetos está este album con fotos antiguas de la familia. Y si no me equivoco, debe haber alguna de mi abuelo.

Se sentó de nuevo en los escalones de entrada y empezó a hojear las páginas amarillentas del álbum. Hasta que encontró lo que buscaba.

- Mirad, aquí hay una foto de Joanot Vidal, mi abuelo.

Todos nos abalanzamos hacia ella. Efectivamente, allí estaba Joanot, un poco más joven que el de la noche anterior, con menos arrugas, afeitado y con su bigote perfectamente recortado. Entre sus manos sostenía el acordeón diatónico que había tocado la noche anterior ante nuestros ojos. Araceli despegó la foto de la página, la giró y leyó las palabras escritas:

"Joanot Vidal. Fiesta mayor de Sort, Julio de 1.949"

- Pues es él, no hay duda, aunque un poco más joven que ayer -afirmó Toni. Los demás tan sólo pudimos asentir mientras tratábamos de recuperar el aliento. - Además creo que he encontrado otra prueba- dijo, mostrándonos la botella de vino que nos había obsequiado durante su visita. Miramos a la botella, a la que Toni había sacado brillo.

Todos vimos que la etiqueta era de una bodega desconocida, al menos para nosotros. Pero lo que nos llamó la atención fue la fecha que aparecía en ella: "Añada de 1.951".

De nuevo, no pudimos hacer otra cosa que callar. Los niños nos observaban preocupados pero de algún modo entendían que era mejor no interrumpir el momento. Pasados unos minutos, convenimos que no íbamos a sacar nada en claro, por lo que era mejor emprender el viaje de vuelta a casa.

Al despedirse, Araceli recordó que al menos nosotros nos íbamos a casa y que probablemente no volveríamos a Sant Andreu de la Font, pero que ella y su familia iban a tener que vivir con esa incertidumbre hasta que alguien pudiera dar con una explicación racional. En silencio, nos abrazamos con la dueña, le entregamos la botella de vino, y subimos a los coches.

Justo antes de dejar el pueblo, frente a la primera casa, paré y tiré una bolsa con basura al único contenedor del lugar. Mientras cerraba la tapa, juraría que pude oir un triste lamento, prolongado y profundo, que venía de entre las calles.

Mi mujer y yo no abrimos prácticamente la boca durante el trayecto de vuelta.

FIN.