1. Asfalto.
Me estaban alcanzando. Mientras trataba de acelerar mi torpe carrera, eché un vistazo por encima de mis hombros hacia atrás. Comprobé que, efectivamente, la jauría que corría tras de mí me estaba ganando terreno.
La escena tenía algo de irreal. Estaba siendo perseguido por un grupo de perros rabiosos, similares a aquellos que suelo ver en los parques del barrio. Mis pies descalzos corrían por el asfalto mojado de la Diagonal de Barcelona, a la altura de las universidades, hacia el centro de la ciudad. Era completamente de noche y nadie más se vislumbraba en el horizonte. Tampoco coches, ni siquiera brigadas policiales o de limpieza. Yo corría en camiseta y ropa interior, como recién levantado de la cama. La distancia que nos separaba iba disminuyendo a pasos agigantados.
Al quedarme sin aliento, intenté asumir que un nuevo derroche de adrenalina no me iba a salvar, y detuve mi carrera para intentar pensar por un segundo. Esta situación es absurda, imposible, pensé. Me giré hacia los chuchos, que se acercaban frenéticos hacia mí enseñando sus dientes bañados en espuma blanquecina. En breves instantes me iban a alcanzar.
Entonces lo tuve claro. Estaba en un sueño. Mejor dicho, en plena pesadilla. Ya me había pasado antes. Una situación límite que mi subconsciente inventaba para vengarse de lo poco que le dejaba salir a la superficie y expresarse libremente. En aquellas situaciones, simplemente tenía que convencerme de que estaba soñando, y tratar de despertar.
Así que levanté los brazos en señal directa a los perros, tal y como haría el Señor de las Bestias, pretendiendo así darle un poco de solemnidad al momento. Estaba seguro que despertaría en mi cama en unos segundos. Si es posible en un sueño, ya podía oler el aliento nauseabundo de aquellos animales, cuando cerré los ojos y esperé.
2. Agua.
Tras unos segundos de tensa espera, intenté abrir de nuevo los ojos. Algo había ido mal porque un sol cegador me lo impidió, hiriendo mis pupilas y provocando que los volviera a cerrar de forma inmediata.
Tardé otros pocos segundos en reaccionar, e intenté abrir de nuevo mis párpados, muy poco a poco. No estaba en mi habitación, el lugar esperado, sino que me encontraba en una barca sin remos en mitad del mar. El sol, bien alto, caía abrasador sobre mi coronilla. Por su posición calculé que en este sueño, sería alrededor del mediodía. Porque no podía haber ninguna otra explicación: Seguía soñando, no había podido despertar.
Era raro. Muy raro. En las ocasiones anteriores en que había sido capaz de interpretar que estaba en una pesadilla, con tan sólo un poco de esfuerzo había logrado escapar del mal trago y volver a la semi inconsciencia y a la caricia suave de mis sábanas. Quizás esta vez no iba a ser tan fácil.
Mi garganta estaba seca. Me incliné sobre el borde de la barca y mojé mi cara con algo de agua. Unas pequeñas gotas recorrieron mi frente y mis pómulos hasta llegar a la comisura de mis labios. Me sorprendí saboreando agua dulce.
Lo que en un principio debía ser motivo de alegría por el hallazgo de agua potable (o cuanto menos bebible), se transformó inmediatamente en la punta de un iceberg de pánico, seco y profundo. Desde niño, me aterrorizaban los embalses y los lagos de aguas quietas. Y ahora, por el lento movimiento del agua, y su sabor dulce, tenía todos los números para estar en uno de ellos.
Colocando una mano sobre mis ojos a modo de pantalla, logré vislumbrar una orilla en la lejanía. Esa noche mi alter ego freudiano seguía apostando fuerte contra mis miedos más íntimos.
De repente y sin previo aviso, un estruendo a lo lejos me liberó de mi ensimismamiento y me obligó a volver a levantar la vista. A los pocos segundos, cayó otro trueno y empezó a llover con violencia. En cuestión de segundos el cielo se había cubierto de nubes negras que me hicieron añorar el sol anterior. La barca se balanceaba peligrosamente y bajo su quilla se movían, casi rozándola, figuras oscuras y alargadas, siluros o quizás algún otro pez de tamaño similar.
Tomé una decisión e intenté hacer de nuevo el esfuerzo de despertar. Algo volvió a salir mal.
3. Skyline.
En uno de los vaivenes de la barquita, caí al agua, empecé a hundirme a plomo, y sentí como mis pulmones se llenaban de agua y perdía la consciencia. Extraordinaria paradoja: Estaba inconsciente en mi subconsciente.
Pero al parecer todavía seguía vivo puesto que continuaba percibiendo algunos estímulos. Me encontré siendo arrastrado hacia el fondo del lago, envuelto en la total oscuridad y acariciado de vez en cuando por alguna de aquellas criaturas que me acechaban antes bajo la barca. Me dejé llevar, puesto que no podía hacer otra cosa, y seguí asumiendo que estaba en un mal sueño.
Mientras me iba sumergiendo, con el hilo de vida que me quedaba recordé que, a los once años, en una excursión del colegio al lago de Banyoles, un compañero me había explicado que, tiempo atrás, un niño había caído al lago, desapareciendo entre sus aguas, para no aparecer su cuerpo sino al cabo de los meses en las costas de los Estados Unidos. Mi amigo me contaba que aquel viaje era posible debido a que el lago estaba comunicado por corrientes internas con el mar Mediterráneo, y que las mareas habían llevado el cuerpo del desdichado niño a cruzar el Atlántico y presentarse, cual inmigrante clandestino y fantasmal, en un puerto del este de los Estados Unidos.
La historia tenía pocos visos de ser verosímil, pero en aquel momento entendí que mi compañero consiguió con su bizarra historia incrustar en mi alma ese miedo casi atávico a los lagos y a las grandes extensiones de agua cerrada. Era curioso, puesto que esa sensación no me pasaba nunca cuando estaba en la playa, o en un barco cruzando el mar.
Atrapado en mi estado de ni-vivo-ni-muerto, ni me di cuenta que ahora mi cuerpo estaba ascendiendo de nuevo. Pasado un tiempo (segundos o semanas, quién sabe), mi cabeza asomó por encima del agua, y mis pulmones volvieron a aspirar de nuevo el oxígeno del aire.
Por primera vez en la cadena de acontecimientos de esa noche me sentí aliviado. Es lo bueno de los sueños, no tienen que ser verosímiles o creíbles. Tan sólo están en tu cabeza, como producto de tus anhelos, tus objetivos, tus deseos, tus miedos y tus debilidades. Me rendí a cualquier atisbo de lógica. Los sueños son de formato libre. Son como el batido que resulta de mezclar una pizca de cada uno de nuestros muchos 'yo'.
Todavía en el agua, al abrir de nuevo los ojos, otra fuente de luz cegadora me sorprendió. Esta vez no era luz natural. En la noche cerrada, el aura de un perfil de cientos de edificios altísimos se mostraba ante mí. Un Skyline bien conocido. Ayudándome un poco con los brazos, giré sobre mí mismo, para reconocer algo que hizo dar un vuelco a mi corazón. A unos cientos de metros, la Estatua de la Libertad, en la pequeña isla del mismo nombre, se levantaba también, con su color verdoso de cobre oxidado, iluminada por potentes focos.
La zona portuaria de Manhattan no parecía estar demasiado lejos, así que nadé en la oscuridad, y alcancé un pequeño amarre en una zona que parecía de almacenes. Cual Arnold Schwarzenegger en la película 'Mentiras arriesgadas', conseguí subir a tierra firme, y al salir del agua, ya estaba totalmente seco y enfundado en un elegante smoking negro con su correspondiente pajarita.
Quizás mi subconsciente se había apiadado de mí y me había dado una tregua.
4. Traducción simultánea.
Una limusina blanca apareció tras la esquina de uno de los viejos almacenes, y prosiguió su marcha en dirección a mí. Al detenerse a un metro escaso de mis nuevos zapatos italianos, bajó de ella un chófer perfectamente uniformado, abrió una de las puertas laterales y me dirigió unas palabras:
- La señorita Kathleen le está esperando. Suba por favor, le llevaré.
Al estar en un sueño, el idioma en que me había hablado no era importante, ya que le hubiera entendido en cualquiera. Otro punto positivo de los sueños es que tienen traducción simultánea: Siempre entiendes a todo el mundo, estés donde estés.
Curioso por comprobar a dónde me llevaba todo ese montaje, subí al inmenso coche, y esperé acontecimientos. La limusina se movía rápida y ágil por las calles de Manhattan, hasta que se detuvo en la puerta de entrada de un lujoso edificio de plantas infinitas.
El chófer bajó, volvió a abrirme la puerta, y me indicó:
- Planta 35, Puerta A.
Le di las gracias (uno no debe perder la educación aunque esté delirando), y me dirigí al piso que me había sugerido el conductor, utilizando un lujoso ascensor después de que el portero me ayudara a flanquear la entrada. ¿Quién sería Kathleen? Quizás tuviera una ligera idea, estando como estaba en MI sueño.
5. Kathleen.
La puerta estaba abierta, así que crucé el umbral y anduve unos pasos, poco a poco, adentrándome en el apartamento. Por los ventanales se vislumbraban las luces de la gran Manzana. Las cortinas ondulaban suavemente y una fresca brisa se colaba a través de ellas.
En el centro de una estancia iluminada tenuemente, destacaba una mesa preparada para la cena, con todo el menaje necesario, y dos sillas, una en cada extremo.
Me senté en una, y a los pocos segundos, alguien salió por una puerta lateral.
Efectivamente, mi intuición no me había engañado, y por una vez mi yo interior y el exterior se habrían puesto de acuerdo. Era ella, la gran Kathleen Turner, en su versión Peggy Sue, esplendorosa y bellísima en un elegante vestido de noche digno de ser exhibido por la más glamurosa alfombra roja.
Con movimientos pausados, se sentó a la mesa y me susurró con su voz encantadora:
- Te estaba esperando. Hace mucho tiempo.
¿Qué hombre no ha soñado escuchar esas palabras alguna vez, de voz de una mujer de bandera como ella?
Lamentablemente yo no estuve a la altura de las circunstancias. Reducido y minimizado por su presencia, le hice la única pregunta que ella no hubiera esperado en aquella situación:
- Pe.. Pe.. Perdona, creo que necesito ir al servicio. ¿Me puedes indicar dónde está, po.. po.. por favor?
- Al fondo a la derecha, me sonrió ella mientras señalaba una puerta de madera blanca.
Ya en el reservado, abrí el grifo del agua fría y me refresqué la cara y el cuello, con la mala fortuna de que me salpiqué todo el smoking.
Me pareció descortés y ridículo volver a la mesa con las solapas del traje empapadas, por lo que utilicé una de las toallas del servicio para intentar secarlas durante 5 interminables minutos.
6. El departamento de Educación.
Al volver, ella ya no estaba. En su lugar, tan sólo una nota sobre mi plato. Desplegué el papel, y leí unas líneas que me helaron el corazón:
"Estimado señor XXX.
A raíz de un proceso de auditoría iniciado por una denuncia llegada al departamento de educación, se ha descubierto una incidencia que afecta a su expediente académico para el Curso de Orientación Universitaria (C.O.U).
En base a tal incidencia, lamentamos notificarle que su expediente ha sido totalmente anulado y que por tanto tal curso queda ahora pendiente de realizar por su parte. Si lo estima conveniente, le ofrecemos la posibilidad de volver a cursar las asignaturas que han quedado suspendidas, adaptadas al plan de estudios actual.
Los hechos establecidos en el párrafo anterior conllevan automática y necesariamente la supresión de su posterior licenciatura universitaria.
Si lo desea, puede oponer recurso ante tal decisión ante los tribunales correspondientes.
Atentamente,
El departamento de Educación"
En resumen, el papelote me decía que tenía que volver a repetir COU y la carrera. Otra de mis pesadillas recurrentes.
Rompí el silencio del apartamento, ahora vacío, con mis carcajadas. No podía hacer otra cosa. Inicialmente surgió como una risa sorda, interior. Su volumen fue en aumento a medida que noté como la ira iba poseyendo mi cuerpo, enfundado aún en un traje con las solapas húmedas.
El maldito bucle de sueños despiadados ya se estaba prolongando demasiado, así que, utilizando toda la ira y la rabia acumuladas, me volví a concentrar para intentar escapar de él y volver al mundo real.
7. Mi dolor de cabeza.
Aparecí de nuevo en una estancia desconocida, en penumbra. Estaba tumbado sobre unos cojines, y envuelto en una especie de mortaja que me cubría la cara y no me dejaba maniobrar bien los brazos. Me dolía mucho la cabeza.
Otra broma del maldito subconsciente en forma de sueño, asumí. Y esta vez se está burlando de mí de forma especialmente macabra: Me ha situado en una especie de cripta, envuelto en esta mortaja para que crea que me han enterrado vivo.
Anhelaba despertar, de una vez por todas. Recordé entonces que en una ocasión había soñado que iba en un autocar con un grupo de amigos por una carretera de montaña, y que llegados a la cima, éste empezaba a caer marcha atrás por una ladera. Al llegar al borde de un precipicio, el autocar seguía la marcha y se despeñaba en el vacío. Justo antes de impactar contra lo más profundo del barranco, la propia impresión de caída me hacía despertar.
En una de las paredes de aquella cripta se vislumbraba algo de claridad, por lo que tomé una rápida decisión, harto de ser el juguete roto de mi otro yo. Si en el sueño del autocar me había servido, ¿Por qué no ahora, en este?
Hice acopio de todas mis fuerzas para liberarme de la mortaja, me levanté y corrí hacia la ténue luz, saltando con todas mis fuerzas hacia ella. Estaba convencido de que la sensación de caer me devolvería, esta vez sí y de forma definitiva, al mundo real.
Noté que mi dolor de cabeza desaparecía inmediatamente, en cuando ésta impactó contra un suelo adoquinado.
8. La investigación.
Los primeros rayos del sol iluminaban las terrazas y balcones del pueblo mientras la inspectora de la policía local Ana Sánchez seguía tomando declaración a los dos amigos, ambos con el rostro desencajado, y sentados en el sofá del comedor de un minúsculo apartamento.
- Y bien, ¿Alguien me puede explicar que ha pasado aquí?
Uno de ellos, el más alto, intentó responder lo mejor que pudo.
- Inspectora, sinceramente no entendemos que ha podido pasar. La historia es muy simple. Tres compañeros de trabajo que alquilan un apartamento para pasar unos cuantos días de descanso en la playa. Llegamos en autocar, ayer por la mañana.
- Sí, ni siquiera vinimos en coche... Para desconectar totalmente, le interrumpió el otro, aún con lágrimas en los ojos.
- ¿Y me podrían explicar que han estado haciendo desde que llegaron al pueblo, hasta el momento del accidente?
El primer amigo, que parecía más entero, continuó con su explicación.
- Al llegar ayer, rápidamente dejamos nuestras cosas en el apartamento y bajamos a la playa para relajarnos. Quizás estuvimos demasiado tiempo tomando el sol. Por la tarde, como son fiestas de verano, fuimos a ver unas carreras de galgos que se celebraban en la misma playa.
- ¿Bebieron mucho? Interrumpió con semblante serio la inspectora.
- No, respondieron al unísono los dos. Esa tarde, tan sólo algunas cervezas, dijo el chico alto. Además - prosiguió-, después de las carreras subimos al apartamento para ducharnos. Recuerdo que mientras esperábamos a que todos nos acabáramos de preparar, estuvimos viendo una película en la tele, de aquellas típicas de sábado por la tarde.
- De acuerdo ¿Podrían recordar el nombre de la película?
- Sí, era "La Joya del Nilo", con Michael Douglas y .... esa chica rubia tan guapa, no me acuerdo del nombre.
- Kathleen Turner, respondió la inspectora.
- Ella misma, efectivamente.
- Bien, y luego ¿Que pasó?
Esta vez volvió a hablar el que parecía más afectado, después de mirar de reojo a su compañero.
- Salimos a cenar, y esta vez bebimos un poco más de la cuenta.. bastante más, a decir verdad. A nuestro amigo parece que le sentó un poco mal el alcohol, y - volvió a mirar al otro- le gastamos una pequeña broma.
- ¿Qué clase de broma? Inquirió la inspectora, elevando esta vez el tono de su voz.
- Pues... en realidad... fue la típica broma entre colegas: Le subimos a una barquita de pescadores que estaba varada en la playa y le empujamos un poco hacia el mar. Él estaba medio mareado, así que una vez en el agua empezó a moverse asustado, balanceando la barca hasta que se cayó de ella.
- Eso sí, inmediatamente le rescatamos, lo envolvimos en una toalla y lo subimos al apartamento. Estaba semi inconsciente cuando llegamos.
Esta última parte había sido añadida por el otro amigo, y él mismo continuó con las explicaciones.
- Por la mañana, al llegar al apartamento por primera vez, nos habíamos jugado las camas de las dos habitaciones a suertes, y nuestro amigo perdió, por lo que le tocó a él dormir en este sofá. Así que aquí mismo, donde estamos sentados, le dejamos ayer por la noche, envuelto todavía en la toalla y por lo que creemos, profundamente dormido... o borracho. Serían cerca de las dos de la mañana.
- ¿Y después, qué? Volvió a interrogar la inspectora.
- Después... nada más, hasta que pasó ... lo que ya sabe. Debían ser sobre las cinco de la mañana cuando nos despertamos los dos de golpe, por el sonido de las sirenas de la policía y de las ambulancias. Habíamos dejado abierta la ventana del comedor que daba a la calle para que pasara el fresco, porque ya ve que en este apartamento de mierda no hay aire acondicionado. No sabemos qué pudo pasar por la cabeza de nuestro amigo, pero al asomarnos a la misma ventana, lo descubrimos ya así, inmóvil y estirado en el suelo de la calle, cuatro plantas más abajo.